22 de Abril del 2024
Una historia de huertas y verraquera
Huertas

En la localidad Rafael Uribe Uribe, donde la falda de la montaña del Parque Entre Nubes termina, se esconde un rincón verde, gestado por los vecinos del barrio Diana Turbay, unos a la izquierda, con pequeñas casas acumuladas frente a una estrecha vía, que hace poco lograron pavimentar, y otros, más arriba, en un vecindario de invasión.

Esta es la historia de Nubia y Gina, madre e hija, que implementaron un conjunto de huertas comunitarias a las que varios residentes del Diana Turbay se han unido, pero que algunos otros han tratado de acabar. Años atrás, cuenta Nubia, de 68 años, vivió en Puerto Boyacá, pero el conflicto armado en la zona obligó su migración a Bogotá.

Nubia Esperanza Montoya Barragán es una mujer de gran sonrisa, bajita, recochera y sin tapujos, cuando habla de su pasado mira a los lados, con desapego, como el pasajero descuidado que a bordo de su transporte recuerda que olvidó la sombrilla o un paquete de papas, o un papel. Alza los hombros y mientras aprieta los labios rápidamente se obliga a no recordar el tormento que fue vivir al lado de un esposo “mal escogido”, tras la frase, de inmediato, se rompe el gesto con una carcajada y sigue.

sus veintes comenzó a trabajar y pronto extrañó el río y esa finca paterna llena de campo, de la que se acordaba con las “matas”, que siempre ha tenido. Pero, como ella dice, “seguir pa´lante porque pa´trás asustan”, luchar con sus cuatro hijos, las peleas con su esposo y las mudanzas.

Pasó por varios lugares en arriendo y viendo por los hijos por los que luchó también se acuerda de un lote que casi fue de ella pero que el ex marido perdió, Así llegó a vivir Nubia a La nueva esperanza, con sus hijos, con sus plantas y perseguida por su marido del que, cuenta, sufrió maltrato hasta hace poco que murió y el mismo que, por el acoso y  la violencia, la obligó a irse del barrio del que ya había hecho añoranza y un pedazo de techo propio.

La frontera entre las localidades difumina este barrio La nueva esperanza, una invasión en la que varias personas edificaron de a poco sus hogares, el sitio está categorizado de alto riesgo por movimientos en masa.

Hace un año volvió al barrio de invasión, después de pagar arriendos y sacar a sus hijos adelante, con voz imponente, reafirmando lo que hizo bien, dice “yo no me iba a enterrar con una puerta y una ventana y menos con mis hijos”. Previniendo toda crítica y con la voz empoderada, respalda que esa “es su casa y que aún la tiene y que ahí vive” aunque sabe que es un lugar riesgoso.

 “Ah, y ahí tiene su jardín”, perfuma con más risas su relato.

Gina, hija de Nubia, es una líder comunal del barrio Diana Turbay, hace parte de la Junta de Acción Comunal y es una de las pioneras de las huertas comunitarias en el territorio. La realidad es que esto no fue así siempre, de hecho, al contrario de su madre, Gina es tímida, más callada pero igual de alegre, y con modestia no se llama a sí misma líder, aunque la vean así, sigue dando el crédito al trabajo cooperativo.

Es una mujer delgada, suele dejar hablar a las personas que la rodean hasta que es necesario hacer pequeñas correcciones, o cuando alguien la interpela directamente para que diga algo. En el año 2004 un deslizamiento de tierra llamó la atención de Instituto Distrital de Gestión de Riesgos y Cambio Climático (IDIGER) en la zona montañosa donde vivía Gina junto a sus hermanos y madre, entonces, siendo habitante del lugar consiguió un empleo para realizar encuestas, caracterizar especies de árboles nativas y sensibilizar sobre los riesgos de la zona.

En ese punto, Gina Carolina Cáceres Montoya, de 45 años, supo que la tala de árboles para despejar el terreno y construir vivienda había causado parte del problema y desde el 2004 hasta el 2010 participó en la siembra de 15.000 árboles en este trozo de cerro. Mirando la huerta Junior, que construyó junto a los vecinos, recuerda tímidamente su infancia, cuando su mamá huía a Puerto Boyacá y ella veía el campo enamorada del paisaje y de esa vida.

Durante los años como vigía ambiental para la mitigación del riesgo de las personas que habitaban ahí, los procesos de recogida de escombros, siembra, reubicación de familias y otras actividades asociadas a la intervención, se propuso en el 2010, por medio de los ingenieros coordinadores del proceso, la construcción de huertas en el terreno. En principio el grupo de trabajo del IDIGER tenía que cuidar estos espacios, “era un proyecto teórico práctico, primero uno recibía talleres y luego venía y sembraba”, explica Gina.

Poco a poco las personas fueron interesándose por estos proyectos, mientras más aprendían más diversa se volvía la siembra. Todos los convenios de tecnificación duraban poco tiempo, pero Gina Carolina, al ser madre soltera, haber sido reubicada de la zona de invasión y saber de los procesos, continuaba aprovechando las iniciativas, podía pagar el arriendo y cuidar a sus hijos, “aparte de eso, uno con el tiempo se va enamorando del tema ambiental”, completa.

Sin embargo, aunque sabía sobre agricultura, la culminación de los procesos la obligaba a buscar otros medios de subsistencia para sostener su familia. Gina nunca descuidó la huerta. Cuando llegó la pandemia por el Covid 19 y nadie podía salir, las huertas fueron una salvación.

Mientras los hombres eran regañados por salir en cuarentena a jugar micro fútbol, Gina, su madre y otras vecinas salían a curar la ansiedad del encierro en la huerta y cultivar alimentos para todo el barrio. Así como cuidó la siembra durante los años difíciles, las plantas le daban esa salud mental y emocional que era escasa.

Inauguraron varias huertas más, ayudaron a construir algunos cultivos familiares y lograron por medio de esta labor un convenio con el parque Entre Nubes, dueño legal de los terrenos, para conservar y continuar el proyecto huertero. “Lo más difícil ha sido inculcar estas ideas a las personas adultas, ya vienen con un modo de ver la vida, no ven el daño que están haciendo, si tumban un arbolito no ven la importancia de lo que hay acá”, la separación y el cuidado público, “pero los niños, sí, es más fácil a ellos hacerles ver, ya ellos cuidan los árboles”, hay quién se preocupe y conserve esto.

Gracias al ánimo de compartir, al amor a la naturaleza, a lo ambiental, Gina cree, siempre tímida negando la palabra líder, que se ha convertido en referente en su comunidad. Igual que su mamá tuvo una experiencia de abuso por parte de su ex pareja, pero de la misma forma como heredó el gusto por las plantas, de bajar las papayas, los mangos, cuidar las gallinas en la finca de los abuelos, así mismo adquirió la verraquera para superar problemas y salir adelante. Hoy Nubia, Gina y las vecinas del Diana Turbay visten el barrio de cooperativismo huertero.

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