
Desde hace 20 años, más de 10 familias que viven alrededor de la Laguna de La Cocha en Pasto, Nariño, decidieron organizarse para montar unidades productivas de trucha arcoíris.
Todo inició cuando el padre de Nathaly Palacios Cerón, quien se dedicaba a la extracción de carbón vegetal, decidió cambiar su actividad, reforestó, hizo una reserva de pino colombiano y fundó la Asociación Piscícola Familiar Los Laureles.
Desde entonces, estas familias han producido trucha en jaulas flotantes, hasta cuando fueron muy afectadas por la pandemia de Covid-19 y el paro nacional de 2021, que quebró a más de 100 pequeños productores, entre ellos, a los de la Asociación: “Porque no se hizo el ingreso de alimentos para la producción de trucha y estos cultivos deben estar alimentándose a diario, por eso se dañaron las producciones a seis meses”, explica la señora Nathaly Palacios. Debieron mantener a los peces con otro tipo de alimentos como arroz, pero no les aportaban los nutrientes suficientes para el crecimiento necesario. Salir de la crisis ha sido un proceso lleno de retos y obstáculos, que han logrado sortear gracias a la unidad y organización.
El cultivo y la comercialización
El proceso del cultivo piscícola inicia cuando cada unidad familiar hace una compra a una piscifactoría, de 10 mil a 15 mil alevinos para su siembra, aunque normalmente hay una mortalidad del 10%. Cada mes se hace una selección de los mejores ejemplares para culminar el ciclo con un peso muerto (sin vísceras) de 250 gramos. Finalmente, se sacan al mercado en semanas diferentes o en la medida que van obteniendo el peso necesario.
Las truchas que salen de alrededor de una libra son vendidas a una planta para evisceración, deshuese y comercialización en el mercado nacional. El costo de producción por kilo de trucha está en $14.600 y se vende en 16.000, y comercializan 200 kilos semanales por familia. Mucha de esa producción se queda en el mercado del turismo alrededor de la Laguna de La Cocha.
Ahora bien, para mejorar las utilidades deben aumentar la cantidad de trucha, lo que reduce los costos para producir, asimismo, es necesario que tengan su propia planta de evisceración. Esto también aumentaría la demanda de mano de obra, tanto en las familias como en la planta.
Otro de los obstáculos para bajar costos es que los alimentos para el cultivo no sean tan altos: “Que nos den incentivos porque el concentrado está muy muy costoso. Este lo hacen de harina de pescado, soya y trigo”, anota doña Nathaly.
Comenta que luego de la crisis, fueron ayudados por la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca, AUNAP, que además, les han pedido la unión de varias asociaciones para colaborarles con el montaje de una sala de evisceración primaria, para retirar las vísceras y lavar, lo que además reduciría en gran parte el impacto ambiental.
Como familias asociadas, han entendido que solo la organización y la unión les permitió reponerse de la crisis postpandemia, y les permitirá tener la planta con la que desean mejorar la rentabilidad de su Asociación.